Pedro tiene 24 años, trabaja en una empresa constructora en el área de administración y se encuentra cursando el último año de la carrera de Ingeniería en la UNRC. Siempre fue reservado, introvertido y ordenado en sus rutinas. En octubre, sufrió un accidente de auto que le produjo un traumatismo cráneo encefálico, cambiando el curso de su corta y ordenada vida. Marina tiene 39 años, está casada y tiene dos hijos varones. Ella es abogada, extrovertida y muy eficiente en su trabajo. Un día como cualquier otro, sintió que su brazo y pierna derecha no respondían como de costumbre y que sus palabras ya no sonaban como ella las pensaba en su mente. Marina acababa de sufrir un ACV.
Marina y Pedro comenzaron un circuito inesperado en sus vidas, el cual incluía traslados en ambulancia, terapia intensiva, análisis clínicos, técnicas de imágenes, diagnósticos multidisciplinarios, etc. Luego del alta médico, ambos reportaban síntomas que no lograban entender y desorientaban a su entorno, tanto en el plano cognitivo: mayor distractibilidad, olvidos recurrentes, desorganización en sus rutinas, dificultad para encontrar las palabras y mayor lentificación en la velocidad de respuesta. Como en el anímico: mayor irritabilidad, cambios en su carácter, depresión y ansiedad; aunque ellos no presentaban antecedentes psicológicos/psiquiátricos previos. Las intervenciones clásicas de la psicología y la neurología no lograron dar respuestas específicas a esta sintomatología.
La visión que sólo consideró los procesos mentales y afectivos sin vincularlos con las estructuras y redes neuronales fue ineficaz al pretender explicar los síntomas sólo desde modelos psicológicos. Del mismo modo, la comprensión estrictamente biologicista sin vinculación con modelos cognitivos, afectivos y contextuales sólo logró brindar paliativos parciales a las dificultades presentadas.
Los ejemplos de Marina y Pedro hacen evidente, en sentido extremo, la necesidad de comprender la conexión compleja que se establece entre conducta, mente y cerebro. En el caso particular de las lesiones cerebrales, la neuropsicología se presentó como una disciplina alternativa que brindó un puente para la comprensión de esta conexión.
Esta disciplina es definida por el “Dictionary of Behavioral Science” como: “Aquella rama de la psicología que estudia el sistema nervioso y su impacto sobre la conducta". La cual se ocupa de la investigación, evaluación y tratamiento de los síntomas cognitivos/conductuales que siguen a una lesión o disfunción cerebral (Lezak Muriel, 2004). En la actualidad, los avances de la neuropsicología y la neurociencia cognitiva han permitido mediante el estudio con técnicas de neuroimagen prosperar en la comprensión del funcionamiento del cerebro y la mente.
Su propósito es identificar y esclarecer los mecanismos de funciones cognitivas, tales como el pensamiento, la atención, la memoria, el lenguaje, procesos visuoespaciales y las funciones ejecutivas, incluyendo en la última década investigaciones sobre procesos afectivos y de cognición social.
En el ámbito clínico, el desarrollo de la neuropsicología cognitiva permite contar con recursos y técnicas eficaces para el tratamiento de casos como los de Marina y Pedro. En primera instancia se realiza una evaluación neuropsicológica exhaustiva, para identificar y reconocer déficits cognitivos específicos asociados a su patología cerebral. Los resultados se analizan conjuntamente a las características cognitivas y de personalidad premórbida logrando una evaluación multimodal (cognición, afecto, conducta) que establece los parámetros clínicos para dar comienzo a un proceso de rehabilitación cognitiva. La rehabilitación se inicia desde la experiencia subjetiva del paciente (Ej. frustración, confusión) y se dirige tanto a la recuperación de funciones cognitivas como al manejo de situaciones sociales. Brinda estrategias internas y externas (técnicas de memoria, organigramas, entrenamiento atencional, técnicas de relajación, etc.) para un mejor funcionamiento cognitivo y conductual general y permite al paciente observar su propia conducta y aprender sobre los efectos directos e indirectos ocasionados por el daño cerebral. Al mismo tiempo, la intervención psicoterapéutica ayuda al paciente y a su familia a transitar las pérdidas y a regular sus respuestas emocionales.
Este tipo de abordaje permitiría que Marina y Pedro encuentren un espacio de rehabilitación cognitiva y tratamiento psicoterapéutico familiar, con una recuperación paulatina, positiva, con objetivos a corto plazo, realista y concreto. Sus casos tomarían una dirección asertiva, congruente con la naturaleza de sus déficits y, por lo tanto, con un futuro promisorio.
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