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lunes, 27 de febrero de 2012

Isla de Bastoy: La prisión de la que nadie quiere escapar

 (U24) - El lugar es idílico. La isla, declarada reserva natural, está situada en el fiordo de Oslo, a alrededor de 70 km al sur de la capital noruega. Más de 2,5 km2 de campos, playas y bosques, salpicados de casas de madera de colores. El ojo avizor busca una alambrada, una torreta de vigilancia. Pero a la entrada de este pequeño rincón de paraíso, sólo un cartel colgado en el piñón de una gran nave roja informa al visitante de que acaba de entrar en la isla de Bastoy, un ‘arenal para el refuerzo de la responsabilidad’. Bienvenido a la primera prisión ecológica del mundo, una institución fuera de lo común, donde 115 detenidos en la recta final de su condena se preparan para su libertad.

Esta paradisiaca prisión alberga a 120 reclusos, quienes pernoctan en coquetas cabañas equipadas con televisión por cable. Bastoy es un controvertido experimento penitenciario del gobierno noruego, en busca de crear un óptimo centro de readaptación. Y si recordamos que, en esencia, ese es el fin explícito de cualquier prisión en el mundo, readaptar a los reclusos para que, eventualmente puedan reintegrarse,   a la sociedad, y desempeñar un rol productivo, entonces surge una interesante justificación para el experimento. 
 
“No te preocupes, esta prisión es distinta a cualquier otra que hayas visitado” advierte un guardia al reportero de el Daily Mail, que desembarca en Bastoy para realizar un reportaje. “Ves ese hombre ahí, es uno de los reclusos, un asesino” le dice el guardia apuntando a un tipo que toma el sol plácidamente en un camastro. Se trata de un sujeto que disparó a su dealer de metanfetamina por una deuda pendiente, y quien, tras pasar ocho años en una prisión ordinaria, de los 16 a los que fue sentenciado, ahora lleva 9 meses en Bastoy. “Ahora estoy mucho más feliz. En cuanto llegue, inmediatamente me empezaron a entrenar para trabajar en barcos, y acudiré a un curso de marina en la universidad. Quiero ser un capitán de buques comerciales cuando termine mi sentencia” afirma el prisionero.  
 
Curiosamente, y aunque en muchos países la gente está a a favor de endurecer las condiciones de los reclusos, en parte para economizar el gigantesco gasto que mantenerlos implica para un gobierno, si se toma en cuenta que la reincidencia delictiva es uno de los factores que más elevan el presupuesto penitenciario de un país, y luego confirmamos que el promedio de reincidencia de Bastoy es de solo 16% –siendo el más bajo de toda Europa–, entonces tal vez opciones como la de esta prisión se perfilan como ejemplares. Y lo anterior responde a dos tajantes argumentos: socialmente cumple la función original de una prisión, readaptando a los internos, y económicamente implica un ahorro, aunque parezca increíble, pues prácticamente nueve de cada diez reclusos no reinciden en hábitos criminales y, en cambio, se convierten en individuos productivos, con los beneficios que ello implica a cualquier sociedad.

Antes de desembarcar en la isla, la mayoría de los presos ha pasado una buena temporada entre las rejas de cárceles de alta seguridad. Algunos por delitos menores. Sin embargo, la mayor parte “ha cometido crímenes muy serios y lo pagan con las condenas más duras que existen”, observa Nilsen Arne Kvernvik, director del penal. Más de la mitad han sido condenados por asesinato o delitos sexuales.

De manera que las solicitudes de traslado a Bastoy, muy numerosas, se miran con lupa. “No son los crímenes lo que nos interesa, sino las motivaciones de los candidatos y los riesgos que comporta el que se lleguen a fugar”, dice el director de la institución. Ya que en Bastoy los prisioneros se mueven a sus anchas. Y, si bien los guardas hacen recuentos con frecuencia, ninguno va armado y de noche normalmente no son más de cinco. Sin embargo, los intentos de fuga han demostrado ser sumamente raros. Por otra parte, nadie parece recordar cuándo fue la última vez que ocurrió.

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