Los trabajadores de la refacción de estos años volvieron a colocar la bota , pero agregándole ahora con alegría y complicidad el listado de los que en estos tres años protagonizaron la obra actual; entendieron que así continuaban ese pacto secreto de la clase, eternizándose a su manera en los cimientos reales de lo que somos como sociedad. Un rito, una señal, una forma de documentar la historia que muestra el valor de la autonomía hasta el extremo de prescindir de la “difusión” y el reconocimiento público.
Sirve este relato (que quizá pase desapercibido en las evaluaciones oficiales de los eventos de estos días) para ensayar unas reflexiones en este paso de nuestro Pueblo por el festejo del Bicentenario. Desbordando cualquier especulación y cualquier cálculo mezquino, nuestra gente volvió a exhibirse en su generosidad infinita y su adhesión a las apuestas colectivas. No importó si la organización de los eventos lo habían previsto o no, si la convocatoria fue la adecuada o si la programación daba cuenta de nuestras diversidades: ante la mínima señal, con la simple melodía de un posible encuentro de Todos y Todas, el Pueblo argentino ratificó su tradición de fe en lo colectivo, en el recuerdo de su Revolución, aquella que gritó “El Pueblo quiere saber de Qué se Trata”. Con nuestros pibes, con los abuelos, con todas las identidades y las expresiones, y ante contenidos de enorme intensidad política (como los puestos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo), volvimos a ser millones.
Al mediodía de ayer, antes de arrancar para la 9 de Julio, con los compañeros del Movimiento por la Carta Popular hicimos nuestro festejo doméstico del Bicentenario. En la Unión de Familias Obreras, con los vecinos del Barrio Manuelita y del Presupuesto Participativo logrado por nuestras luchas, nos comimos un locro histórico, regado con vino y jugo para los chicos. Nos sacamos una foto frente a nuestro Cabildo gigante, ése que está luchando por una Constituyente Social, una Democracia Popular y participativa de verdad y así de motivados encaramos nuestro viaje a la multitud nacional.
Nadie se lo esperaba; ni los dirigentes institucionales, ni los medios masivos, ni los analistas de la desesperanza de todos los días previeron esta demostración masiva de que EL PUEBLO ESTÁ PARA MÁS. Fue ir a la 9 de Julio simplemente para estar juntos y de a muchos. Bastaba con ver las caras de los cientos de miles de familias populares que volvieron en los trenes a sus barrios, felices, exhaustos, contentos de haber visto a Cristina bailando murga, repartiendo chistes y algún choripán frío, entrada la noche y la madrugada, en esos mismos trenes en los que día a día el Poder que gobierna nuestro transporte público intenta explicarnos que no valemos nada
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Nuestras élites dirigenciales (otra vez) no pudieron sustraerse a la tentación de intentar usar esa energía popular generosa en sus especulaciones de estrategia electoral y protagonizaron, con la ayuda de la fauna mediática, los únicos papelones de mezquindad en estos días. A ellos también la gente los desbordó.
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