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domingo, 21 de junio de 2015

Condenados a la mortalidad (pero aferrándose a la vida)

UNA MUERTE DIGNA

"La obsesión de la medicina moderna por prolongar la existencia puede recortar la libertad de las personas en la última fase de sus vidas": fue la conclusión de la periodista española Cristina Galindo cuando tuvo que sintetizar una investigación acerca de la mortalidad en el siglo 21.

CIUDAD DE BUENOS AIRES (JuntosBien). ¿Morir en casa o en el hospital? ¿Reanimación en caso de parada cardiorrespiratoria? ¿Suministro de antibióticos si se detecta una infección, pese a que se trate de un enfermo terminal o de muy avanzada edad? ¿Afrontar los riesgos asociados a una operación o vivir fuera de un hospital los últimos meses? ¿Vivir menos pero con mayor calidad de vida o ir tirando? 

"Joseph Lazarov padecía un cáncer de próstata incurable. Un día su pierna se paralizó y fue hospitalizado. La enfermedad se había extendido a la columna. Pese a que no existía la posibilidad de una recuperación razonable, que le permitiera una calidad de vida aceptable para él, quiso someterse a una operación de alto riesgo para extirpar la creciente masa tumoral", explicó Atul Gawande en su libro "Being Mortal" ("Ser Mortal, la medicina y lo que importa al final", de Galaxia Gutenberg). 

Ambiguo como casi siempre, con un pie en el paganismo y otro en el cristianismo, Santo Tomás de Aquino sostuvo que el alma es inmortal y sobrevive a la muerte del cuerpo, pero su destino no es ese, sino volverse a unir con el cuerpo para ser persona, algo tan difícil de demostrar como la metempsicosis o reencarnación, que postula la posibilidad de perfeccionamiento progresivo a través de vidas sucesivas, ejes del hinduismo y el budismo. Pero en el umbral de la muerte, uno se aferra a lo que tiene. “No den mi caso por perdido”, suplicó Joseph Lazarov a los médicos. La intervención fue técnicamente perfecta. Pero resultó el detonante de decenas de molestas y dolorosas complicaciones (fallos respiratorios, infecciones, coágulos, hemorragias…). 

Cristina Galindo recordó en el madrileño diario El País: "El paciente, de sesenta y tantos años, pasó sus últimas horas postrado en una cama en una fría sala de cuidados intensivos, entubado. Todo salió mal. Murió 15 días después". 

“Le torturamos durante dos semanas, y luego murió; pasara lo que pasara, lo cierto es que no podíamos curarle”, reconoció Atul Gawande, uno de los cirujanos que le atendió, hace ya una década.
El paciente no estaba preparado para morir, ni sus médicos supieron cómo hablar con él sobre la verdad de su estado, a pesar de que las consecuencias de la operación eran muy previsibles. 

“Aprendí muchísimas cosas en la facultad, pero la mortalidad no figuraba entre ellas. Nuestros libros no decían casi nada sobre el envejecimiento. A nuestro modo de ver, y al de nuestros catedráticos, el objetivo de la enseñanza de la medicina era que aprendiéramos a salvar vidas, no a cómo ocuparnos de su final”, afirmó Gawande, también profesor de Harvard, en la introducción de su libro "Ser Mortal". 

La inmortalidad ha sido un sueño constante en la historia de la humanidad: desde el libro bíblico del Génesis a El Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; desde el elixir de la eterna juventud simbolizado en la búsqueda del Santo Grial al río cuyas aguas confieren la inmortalidad, tal como cuenta el soldado Rufus en 'El inmortal', de Jorge Luis Borges.

Desde una perspectiva más pragmática, tal y como dice Sydney Brenner: “La magia no funciona, la religión no es fiable, nos queda la ciencia”, y la ciencia ha dado muestras de avances significativos, porque es una de esas tentaciones de las que lord Henry le hablaba a Dorian Gray: “La única forma de escapar a una tentación es dejarse arrastrar por ella”.

A finales del siglo 19 o principios del siglo 20, la expectativa de vida media era de poco más de 50 años; hoy es de más de 70, incluso de más de 80, si se es mujer y se vive en el mundo industrializado o casi industrializado. El avance es consecuencia de 2 adelantos científicos decisivos: 

> los antibióticos, y > las vacunas.
Junto a mejoras en la salud pública (o sea que no es el caso de la Argentina), fueron las bases fundamentales del avance. 

Hoy las causas más importantes de mortalidad no son ya los agentes infecciosos, sino los problemas cardiovasculares, el cáncer, las enfermedades neurodegenerativas (Alzhéimer, Psrkinson), las enfermedades metabólicas o las inflamaciones crónicas, patologías que resultan de alteraciones en nuestro material genético.

Ni hablar de la de la contaminación: centenares de estudios científicos demuestran la relación entre la mala calidad del aire que se respira en la mayoría de las ciudades y las enfermedades respiratorias, cardiovasculares, el ictus y el cáncer. Incluso con el bajo peso de los bebés al nacer, lo que indica que también afecta al desarrollo del feto. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó una advertencia clara de su 68va. Asamblea Mundial: cada año se producen más de 8 millones de muertes en el mundo por la contaminación. 

La polución atmosférica –básicamente, la que provocan los gases de los motores de los vehículos, sobre todo los diésel, y las emisiones de las centrales térmicas que usan combustibles fósiles– es culpable de 2,6 millones de fallecimientos. Los otros 4,3 millones corresponden a la mala calidad del aire dentro del hogar.

Ahora sí es posible regresar a "Ser Mortal - La medicina y lo que importa al final", ya publicado en español, y que refleja uno de los grandes debates actuales: el papel de los médicos en un mundo en el que cada vez más gente vive hasta bien entrada la vejez.

Los importantes avances registrados en medicina en el último siglo han proporcionado gran parte de la humanidad una existencia mejor y más larga. En 1970, las personas de 65 años o más suponían menos del 2% de la población en USA; hoy son el 14%. En Alemania, España, Italia y Japón, rondan el 20%. China se ha convertido en el primer país del mundo con más de 100 millones de personas ancianas. Y las cifras van en aumento. Pero existe cierto consenso en que, en más ocasiones de las deseadas, se llevan demasiado lejos los intentos por prolongar la vida y se habla poco con el paciente sobre sus preferencias.

La definición de cómo debe ser la última parte de nuestra existencia está en el centro de un intenso debate. Frente a la creencia de que vivir muchos años suele dar la felicidad, cada vez se pone más el énfasis en que no todos aspiran a batir marcas de longevidad. 

“Somos criaturas mortales, con cada vez menos salud, y debemos aspirar a tener la mejor vida posible hasta el final. La medicina debe ayudar en ese proceso. Hemos medicalizado la última fase de la vida, que cada vez dura más años. La gente tiene más objetivos aparte de vivir más”, explicó Gawande cuando fue entrevistado por Galande vía telefónica.

“Uno de los encuentros más desafortunados de la medicina moderna es el de un anciano débil e indefenso, que se acerca al final de su vida, con un médico joven y dinámico que comienza su carrera”, explicó Heath.

Para complementar el tema, importante leer a la médica inglesa Iona Heath, autora de "Ayudar a Morir" (Katz Editores). 

Ella cita un estudio realizado en USA entre pacientes con cáncer avanzado y demencia avanzada: en el 24% de los casos se intentó reanimar al moribundo, mientras el 55% de los pacientes con demencia murieron con los tubos de aliUno de los efectos del enorme avance científico es que la muerte se ha trasladado a los hospitales. La gente fallece rodeada de máquinas y de profesionales sanitarios a los que no conoce. En 1995, la mayoría de los fallecimientos en USA se producían en el domicilio; en los '80, solo el 17% de los casos. La tendencia en Europa es similar. “La medicina actual ha convertido las vidas cortas y las muertes rápidas del pasado en unas vidas largas y unas muertes lentas”, según el psicólogo Ramón Bayés, profesor emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona, octogenario estudioso de la salud (oncología, sida, envejecimiento y cuidados paliativos), que también ha escrito sobre el tema. 

El problema es que la posibilidad de demorar el proceso de morir se ha convertido, en muchos casos, en el objetivo a alcanzar. Bayés le citó a Galande un ejemplo del cambio de paradigma: “Un campesino viudo que durante su larga existencia ha vivido siempre en un entorno familiar físico y afectivo le sobreviene un derrame cerebral y una ambulancia lo traslada con rapidez a un gran hospital de la ciudad, donde muere solo, en un lugar extraño, en ninguna parte”. Hace 50 años, casi con toda seguridad, habría muerto en casa.

La sociedad occidental envejece a pasos de gigante, el número de médicos geriatras –especialistas en mayores- está estancado. 

El catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, Oliver Sacks, autor de numerosos libros, tales como "Despertares" y "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", acaba de publicar sus memorias (On the Move). Antes, difundió una emotiva y esperanzadora carta en The New York Times en la que anunció que sufría un cáncer terminal y que le quedaban semanas de vida. Es oportuno releer ese texto:

"Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.

Doy gracias por haber disfrutado de 9 años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló 'De mi propia vida'.

“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”. 

He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.

Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.

En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.

Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.

Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).

He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta.

De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.

No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.

Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.

Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura."

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